viernes, 12 de mayo de 2017

La Trevi es mi pastor

                 Llevaba mucho rato sentada en la banca de la plaza que estaba a una cuadra del edificio en el que había trabajado tantos años. No sé por qué se me ocurrió ir ahí después de que me entregaran el sobre azul. Pero ahí estaba. Con las piernas cruzadas y estiradas, mis manos buscando calor en medio de ellas, mientras tenía la mirada fija en la punta de mis zapatos. No sabía qué hacer ni adónde ir. Pero no me arrepentía de lo que había hecho.
                Siempre fui medio rebelde, quizás por eso a los 4 años soñaba con hacer algo así como lo que hacía la Cindy Lauper en el video de Girls just wanna have fun. Pero la gran revelación llegó un par de años después. Fue casi divino. Sentí que por fin alguien me entendía y que sabía lo difícil que era ser yo en un mundo de niñitas que querían ser princesas. Yo quería estar chascona todo el día, no me importaba andar con la ropa sucia, ni siquiera me importaba pasar vergüenza por haberme orinado con tal de no dejar de jugar y hacer todo lo que quisiera. Pelo suelto de la Gloria Trevi hizo que yo sentara las bases de mi vida “Voy a traer el pelo suelto, voy a ser siempre como quiero, aunque hable mal de mi la gente, aunque me tachen de indecente, voy a traer el pelo suelto”.
                Hace un par de semanas atrás me estaba preparando un café en la cocina de la empresa para poder resistir la mitad de la semana. Estaba agregando la quinceava gotita de stevia cuando entró la Lina. Se quedó mirándome unos segundos, con los ojos bien abiertos, sin pestañear y casi como embalsamada, luego sacudió la cabeza como queriendo borrar la cara de espanto que puso al verme y con un sonrisita cínica me dijo:
-          Hola
-          Hola Lina, ¿cómo estás?
-          Muy bien, gracias. Veo que tienes nuevo look.
-          ¡Ah! Si, es que a veces me creo punky, como la Kel Calderón – respondí al mismo tiempo que tiraba una risita.
-          ¿Cómo se llama ese corte que te hiciste?
-          Moicano. Bueno, es medio moicano, está sólo en la mitad de la cabeza ¿te diste cuenta, verdad?
-          Ah, sí. Claro. Qué osado.
Le pasé el frasquito de stevia y la quedé mirando como esperando a que me dijera algo más, hasta que ocurrió.
-          ¿Y tú crees que eso es una buena imagen para la empresa? ¿Cómo van tus ventas?
-          Viento en popa… ¿Cómo va tu carrera de ascenso en la empresa? Me imagino que con la relación tan cercana que tienes con Jaime, de seguro te da la subgerencia que está vacante.
No me dijo nada más. Apretó los labios, infló un poco los cachetes, nuevamente abrió los ojos a su máxima capacidad, se dio media vuelta y se fue.
Pensé en lo decente que fui frente a su insidioso comentario. Estuve a poco de que se me saliera la Rosa Espinoza que llevo dentro: “¿Tanto te importa concha’e tu mare, tanto te importa de cómo yo me vea?!” Por suerte, mi profesionalismo salió primero, mezclado con irreverencia, pero profesionalismo al fin y al cabo.
Pasaron los días y el anuncio se hizo oficial. La Lina pasó de ser la secretaria de gerencia a ser subgerente general.
Mientras recordaba todas estas circunstancias decidí levantarme de donde estaba sentada hace más de dos horas y caminar. Dicen que cuando nos pasa algo malo, viene todo junto. Mi situación actual parecía confirmar la teoría. Mi nueva condición de cesante se sumaba a la condición de cornuda y estafada. Al más puro estilo de Con los ojos cerrados le creí todo a Daniel, mientras el mundo entero me advertía acerca de las andanzas de mi flamante pololo, yo no hacía más que financiar su supuesto proyecto, ser la que pagaba la cuenta cuando él me invitaba a salir y mantenerlo en mi departamento. Todo a cambio de un poquito de amor, sexo y complacencia: “Con los ojos cerrados iré tras de él, con los ojos cerrados siempre lo amaré, con los ojos cerrados yo confío en él, con los ojos cerrados yo le quiero creer, le voy a creer” Y con todo ese amor que yo tenía para  dar, me quedé endeudada y sola, sin poder seguirlo. Hace un par de noches atrás, al volver del trabajo vi que ya no estaba ni su ropa ni ningún rastro de su puta existencia. Daniel se había ido, sin siquiera haberme tirado el cuento de “no eres tú, soy yo”.
Una de las medidas urgentes de la naciente era Lina fue hacer una reestructuración en las diferentes áreas de la empresa. Curiosamente, dentro del área comercial, la única que fue reubicada del cargo de KAM al cargo de “patitas en la calle”, fui yo. Esa mañana, mi jefe me llamó a su oficina. Cuando entré vi a la Lina, que me miraba con una sonrisa de oreja a oreja, más bonita que nunca y con un anillo en el dedo anular de su mano derecha que tenía un diamantito que acaparaba toda mi atención por el brillo que tenía. Mi jefe comenzó a hablar acerca de todos mis logros profesionales en la empresa y del aporte que había sido en el área comercial. De pronto, la Lina lo interrumpió y me dijo:
-          Linda, es momento de que emprendas nuevos desafíos profesionales, en un lugar donde encajes mejor. Estás despedida. No te preocupes, te pagaremos todo y tu finiquito estará disponible a fin de mes.
Seguí caminando mientras llovía y me puse a llorar. Volví a sentirme incomprendida por el mundo, que lo único que hacía en ese momento era mostrarme que no era una profesional seria, que no sabía tener una relación saludable, que estaba sola y en la banca rota.

Llegué a mi casa un poco cianótica por el frío y mojada hasta los calzones porque no había parado de llover durante todo el rato que caminé. Me saqué la ropa que estilaba y me miré pilucha frente al espejo, al mismo tiempo que lanzaba un llanto de esos que salen hasta con hipo. Después me senté en water para hacer pipí y el calorcito de la orina que eliminaba parecía calentarme todo el cuerpo. Largué el agua caliente de la ducha y me sometí de nuevo a un chorro de agua, pero estaba era más placentero. Por fin estaba en casa después de un día de mierda y parecía que el agua se llevaba todas mis miserias por el desagüe. Al salir de la ducha me envolví en la bata, me puse la toalla en la cabeza y prendí la radio porque el silencio me estaba doliendo. Y así fue como la Trevi me vino a salvar otra vez, acogiendo todos mis problemas de autoestima y guiándome al camino de la liberación de todos los maleficios que me habían echado encima: “Y me solté el cabello, me vestí de reina, me puse tacones, me pinté y era bella…Y miré la noche y ya no era oscura, era de lentejuelas”  La Trevi me estaba diciendo que todo lo que dijo la Lina de mi para justificar mi despido y que todo lo que me hizo Daniel, tenía que dejarlo atrás, para seguir siendo la misma rebelde que se suelta el cabello y sale a vivir la vida que quiere vivir.

lunes, 27 de marzo de 2017

ADICTA

Soy adicta. Asumida y diagnosticada.
Hoy fui a visitar a una doctora como una devota desesperada visita a su santo, y como tal, confesé todos mis pecados, o al menos los que se deben confesar al médico.
La doctora me recibió con su delantal blanco, abriendo la puerta de su consulta y me sonrió amablemente. En ese momento supe que realmente debía confesarlo todo, no podía mentirle a alguien que sin decir ni una sola palabra ya me había hecho sentir bien. Me invitó a tomar asiento frente a ella y me preguntó dulcemente qué era lo que me traía por ahí.
-Soy adicta al chocolate -hubo un silencio que me invitó a continuar hablando: además, creo que tengo varios problemas hormonales porque las pastillas anticonceptivas debo cambiarlas cada seis u ocho meses porque mis ciclos menstruales se descontrolan. Necesito que investiguemos qué es lo que ocurre con mi cuerpo. Vine a verla a usted porque mi papá y mi mamá también son pacientes suyos y la adoran, dicen que usted es una buena doctora.
-¿A qué te dedicas? - preguntó ella con una paz que me impulsaba a creer que de verdad me encontraba frente a una santa.
-Trabajo en una universidad -respondí sin muchas ganas de seguir hablando del tema.
-¡Ah! haces clases -insistió ella.
-Mmmm, si, entre otras muchas cosas que tengo que hacer por mi cargo.
-¿Y te gusta?- mi cerebro rápidamente intentó recordar si había pedido hora para una internista o una psiquiatra. Recordé bien que era una internista, pero me sentí aliviada al sentir que podía estar con una psiquiatra, además de ahorrarme la consulta con ese especialista, me estaba abriendo el camino para poder desahogarme.
-Hacer clases sí, todo lo demás, no. Estoy harta. Quiero hacer otras cosas.
-¿Qué cosas?- en ese momento quise salir corriendo, porque mi respuesta haría que siendo psiquitra de verdad quisiera encerrarme en un manicomio, con camisa de fuerza y todo.
-Quiero dedicarme a escribir.
-¿Qué?...¿Quieres escribir libros o algo así?

Comencé a sentirme incómoda. Ya quería salir rápido de la consulta, con un diagnóstico claro acerca de todo aquello que me impulsa a comer chocolate como condenada y de mis problemas hormonales. No entendía adónde quería llegar la Santa Doctora con todas sus preguntas. Supongo que estoy acostumbrada a las atenciones expres que dan los médicos de hoy en día en esos conglomerados de salud, donde te cobran un ojo de la cara sin ni siquiera haber intentado mirártelos mientras te diagnostican. Ni siquiera te hacen sentir que les importas, o que al menos, les importa tu salud.
-Sí, eso es lo que me gusta hacer. Estoy comenzando ahora. Publiqué un cuento hace un tiempo atrás y espero algún día poder escribir una novela, o algo así.
Omití la parte en que siempre digo que me muero de miedo de tomar la decisión de una vez por todas de hacerlo, de dejar a la ingeniera comercial y ser una escritora. La Santa Doctora inhaló y exhaló relajadamente y comenzó a recitar lo que probablemente se transformará en un diagnóstico:
-Generalmente, las personas ansiosas son las que caen en adicciones. Probablemente tú estés con un alto nivel de stress y ansiedad. No intentes dejar el chocolate de una sola vez, por nada del mundo. No puedes hacerlo, eso sólo te haría comer tres chocolates después de haber logrado no comer en un día.
En ese instante creí escuchar a Dios, que piadosamente me aceptaba como una enferma a la que estaba dispuesto a sanar, porque entendía que lo mío era algo superior a las fuerzas humanas. Por fin, un médico, un ser al que uno le paga para que de verdad le ayude a sanar, estaba haciendo su trabajo con vocación y entendimiento. La consulta se llenó de luz cuando continuó hablando:
-Cómprate un chocolate grande y cada día cómete un cuadradito. Pero no hagas nada más que el acto de sentarte a comer ese trozo de chocolate, a solas. Aprende a disfrutarlo.
Cuando Dios o el Universo, o lo que sea la fuerza superior que nos gobierna nos habla, pareciera que nuestro cerebro comienza a hacer sinapsis de una forma diferente. Parece que realmente logramos ser honestos con nosotros mismos y vemos todo con una claridad que extrañamente no alcanzamos en lo cotidiano. Sentí que unas palomas blancas salían volando por debajo de la silla al mismo tiempo que yo brillaba de una manera celestial y mi cuerpo, medianamente bien mantenido (pese a mi adicción), se sostenía en la silla. Por fin, estaba viendo la luz al final del túnel. No esa luz de la muerte, sino la luz que te muestra el camino de la felicidad.
La Santa Doctora no tiene idea de que yo ya salí casi curada de mis males de su consulta, con un mamotreto de papeles que indican que debo someterme a un montón de exámenes para encontrar la razón biológica que me conduce a consumir chocolate y azúcar y que además, alteran mi funcionamiento hormonal. El mensaje divino es claro: debo dedicarme a ser feliz. Ser feliz, en mi caso, consistiría en transformarme en una escritora, viajar por el mundo y encontrar el amor. O mejor dicho, que el amor me encuentre a mi. O bueno, las dos cosas.

martes, 7 de marzo de 2017

8 de marzo: buscamos compañeros de lucha

Agradezco las buenas intenciones de sus saludos amorosos, pero desde hace mucho tiempo, necesito de su disposición a luchar con nosotras, a abrirse al entendimiento de respetar nuestros derechos y de darnos el mismo valor que ustedes en la sociedad.

Hoy necesitamos compañeros. Ni rosas, ni chocolates, ni un almuerzo especial en la oficina.
Hoy necesitamos a hombres que entiendan que en nuestras infinitas diferencias, merecemos un trato justo y un espacio real y digno en el trabajo, en la casa, en la calle, en los espacios recreativos, en el deporte, en el arte, en la ciencia.

Vengan con nosotras. Yo sé que solas también podemos porque llevamos siglos en ello, pero me gustaría que formaran parte de esto.

Hoy no es un “feliz día de la mujer”. Hoy es la conmemoración de la mujer trabajadora, a esa que mataron encerrada en una fábrica, mientras protestaba por mejoras en sus condiciones laborales. Hoy, algunas cosas hemos logrado, pero nos falta mucho.

Quiero poder ganar lo mismo que un hombre.

Quiero que mi opinión y mis propuestas sean escuchadas y acogidas, no menospreciadas y pisoteadas.

Quiero poder escoger libremente acerca de mi cuerpo: si me acuesto con uno (o una) o con veinte, si quiero parir hijos o no hacerlo, si quiero ser puta o monja.

Quiero poder disfrutar mi ser mujer, con todo lo que implica la biología de serlo.

Quiero que dejen de llamarme feminazi cuando intento que construyamos una sociedad mejor para ti y para mí, con personas felices y respetadas.

Quiero que me abracen y no que me peguen ni menos que me maten. 

Quiero que sean capaces de decirme que piensan diferente a mí, pero que respetan mi punto de vista.

Quiero (si es que quiero) mostrar mis tetas en la playa sin ser censurada, así como tú muestras las tuyas libremente y sin censura, incluso en la calle.

Quiero darle teta a mis hijos donde ellos lo demanden, sin que me miren como si fuera indecente o fuente de deseos perversos.

Quiero que mi cuerpo desnudo sea apreciado con amor, respeto y sano deseo.

Quiero poder recibir un halago de tu parte, sin sentir que me quieres someter.

Quiero poder caminar tranquila por las calles del mundo, sin miedo a que me pase algo, sin sentirme vulnerable, sin que importe la ropa que lleve puesta.

Quiero sentirme feliz todos los días por ser mujer, la que te dio la vida, la que te acompaña, la que es igual a ti en derechos. 

Gracias por sus saludos amorosos, pero necesitamos que tomen parte en esto y que sean conscientes de lo importante que somos, igual que ustedes La intención, no es suficiente.

domingo, 15 de enero de 2017

Caída libre

15

Desde ese día me dedico a contar los pisos de los edificios que veo en la calle, pese a que en esta ciudad no son pocos. Cuento siempre hasta el piso 15, y desde ahí comienzo a hacer la cuenta regresiva para intentar calcular cuántos metros hay desde ahí hasta el suelo. Sin embargo, lo único que pasa por mi mente son las imágenes de lo que pasó en noviembre de 2007.

14

Ese día amaneció muy frío y nublado. Estábamos en primavera, así que era fácil imaginarse que algo raro iba a pasar, o que iba a temblar. Pero supongo, que cada uno de los que estuvimos ese día, dejamos los pensamientos alarmistas sobre el clima e imaginamos lo bien que lo pasaríamos.
Estábamos todos entusiasmados y con la idea fija de llegar al parque, prender el fuego y comenzar a brindar por lo que fuera. No había nada de qué preocuparse, porque la comida y el copete lo pagaba la facultad.

13

Al parque llegamos casi todos los de la carrera, de las diferentes generaciones. La música sonaba fuerte, gracias a un generador de energía eléctrica.

Estaba el tipo con el que salía yo por aquel entonces, una generación más joven y unos tres años menor que yo. También estaba ese compañero que tenía en un solo ramo y al que nunca antes había visto hasta ese semestre. Él era de una generación dos años más antigua que la mía, por eso lo conocía poco, casi nada. Ese día recibió una gran noticia: había aprobado todos sus exámenes de grado, así que era cuestión de un par de semanas para terminar el ramo y recibir su cartón de ingeniero comercial.

Mi joven amante y mí desconocido compañero tenían el mismo nombre: Luciano.

12

La seudo relación amorosa que sostenía con Luciano no iba a avanzar mucho más, pero era lo que había y lo pasábamos bien. Ese día, seguramente terminaríamos yéndonos juntos a la cama, luego de emborracharnos. Si no quedábamos borrachos en el carrete, entonces nos emborracharíamos en su casa de todos modos.

Respecto a él, yo sentía que debía tomar una decisión sobre la conveniencia de continuar en esta inestable dinámica porque ya me estaba involucrando emocionalmente y quería dar un paso más. Él no estaba ni cerca de eso y ya lo habíamos hablado un montón de veces.

11

En el parque estaba todo pasando. Una y otra vez alzábamos nuestras latas de cervezas o vasos plásticos con piscola, para brindar por lo que fuera. También hicimos un “salud” por los compañeros que habían aprobado sus exámenes de grado. De todo ese afortunado grupo, el más contento era el otro Luciano.

Me imagino que para un cabro nacido y criado fuera de Santiago, estudiar  ingeniería comercial era como obtener un pase directo al éxito para transformarse en uno de esos emprendedores innovadores que aparecen en los reportajes de las noticias. Algo así era el otro Luciano, un provinciano de esos con una extraña mezcla de humildad y ambición, un cabro con aspiraciones de éxito para poder salvar a su familia.

10
El otro Luciano era de Talca y viajaba un fin de semana al mes para ver a su mamá viuda y a su hermana menor. También visitaba a su polola, que además era la madre de su hijita de 5 años.
Desde que murió su papá, él asumió como el hombre de la familia y trabajaba mucho para que nada faltara en su casa. Había estudiado una carrera con la palabra “ingeniería” para hacerse millonario lo antes posible.

Haberse venido a estudiar a Santiago era toda una apuesta. Mientras estudiaba, también trabajaba y enviaba todo lo que ganaba a su madre y a su polola, así que supongo que la universidad le daba alguna beca y que vivía en la casa de algún pariente. Por esos años, yo también trabajaba y no era mucho lo que se podía ganar.

9

Todo iba bien en el parque hasta que las nubes se volvieron más espesas y grises y cual November Rain, se puso a llover con furia. Pero estábamos todos prendidos y queríamos seguir carreteando. Una de mis compañeras dijo: - mi mamá se fue de viaje, estoy sola en el departamento. Vámonos para allá.-
Desafortunadamente, varios estuvimos de acuerdo en ir. Otros se fueron a sus casas y se enteraron de todo al otro día. Gente más, gente menos, éramos unos cuarenta los que llegamos hasta el piso 15.

8

Habían pasado algunas horas desde que llegamos al departamento. Comencé a buscar a mi Luciano porque con la lluvia me había bajado el romanticismo y quería que me abrazara. Pero desistí, porque ni él ni yo estábamos lo suficientemente borrachos como para demostrarnos cariño en público. Así que mi romanticismo tendría que esperar unas cuantas cervezas más para que eso sucediera. No acostumbrábamos a hacer ese tipo de demostraciones, a pesar de que todo el mundo sabía que teníamos algo, pero como no era en serio, mientras menos nos vieran juntos, mejor.

El otro Luciano en cambio, había llegado bien arriba de la pelota y estaba haciéndose el gracioso con sus amigos, celebrando su triunfo académico y haciendo bromas.  Nunca me hubiera imaginado que fuera así. En la U se veía muy piola. Andaba casi siempre con la misma ropa: una polera verde y un pantalón beige. Nunca lo vi con mochila ni tomar apuntes. Llegaba a clases cuando la profesora ya había comenzado y entraba a la sala a sentarse al centro de la última fila de asientos. Jamás opinaba ni preguntaba nada.

7

Yo ya llevaba una buena cantidad de cervezas en el cuerpo y estaba un poco mareada. Decidí sentarme en un sillón y desde ahí comencé a mirar a mi Luciano. Lo vi salir al balcón con un pito en una mano y una cerveza en la otra que luego dejó a un lado. Apoyó sus antebrazos en las barandas del balcón mientras observaba la lluvia que caía. En eso se le extraviaba la mirada por varios segundos. Algo que no pude definir en ese momento lo tenía alterado. Su cuerpo largo, que tanto me gustaba, estaba tenso. Salí a acompañarlo.

Adentro del departamento seguía el otro Luciano, que poco a poco comenzaba a parecerse más a sus compañeros. Ya no lucía como el cabro quitado de bulla, se reía a carcajadas y de seguro, se estaba sintiendo como la nueva gran promesa del mundo empresarial. A cada rato llenaba su vaso con piscola, jactándose de que muy pronto, tomaría sólo whisky de primera.

6

Empezó a hacer mucho frío, pero a pesar de eso muchos compañeros salieron al balcón.
Luciano, seguía en la suya. Entre pitos, chelas y piscolas, no lograba mantener muy bien el equilibrio. Me parecía ver que su cuerpo estaba más afuera que dentro del balcón. Me asusté. Le pedí que entráramos con la excusa de que hacía mucho frío, pero no me hizo caso y me tomó de la mano, me llevó hacia su cuerpo y me envolvió en un abrazo. Se apoyó y quedó de espaldas al vacío, mientras yo escuchaba latir su corazón.

El otro Luciano, entraba y salía. Hablaba cada vez más fuerte, haciendo esas reflexiones absurdas que sólo pueden hacer los borrachos. Comenzó a hacer piruetas que aumentaban en nivel de dificultad y en intentos frustrados. Luego, para demostrar que estaba sobrio hizo “el cuatro”, pero le fue pésimo. Ese examen lo reprobó cada vez que lo intentó.

En un segundo me pareció escuchar risas, ver un par de manos y oír el ensordecedor vacío del último de sus silencios.

Me fui a negro y desde esa profunda oscuridad, escuché un grito desgarrador: - ¡Se cayó el Luciano! -

Fue la última vez que lo vi.

5

En la oscuridad, seguía escuchando gritos, gente corriendo y la dueña de casa preguntando por su perro. Llamaron a los pacos. No sé cuánto habrán tardado en llegar, pero para cuando volví a ver, ellos ya invadían el espacio. También habían aparecido los pololos de algunas de mis compañeras y los papás de otros. Profesores y gente de la facultad. Todo el mundo estaba ahí, diciéndome que todo iba a estar bien. Que tenía que calmarme y contar lo que había visto.

4

Los pacos iniciaron la tortura. Me sacaron del departamento a un pasillo frío, oscuro y vacío, donde mi voz retumbaba. Otras personas me acompañaban, casi como una escolta, pero no recuerdo sus caras. No haberle visto el rostro al caído, me dejó sin ver la cara de los demás por mucho rato. El carabinero, apoyado flojamente en el muro y sin dejar de mirar su teléfono, me preguntó al menos cinco veces qué había pasado. Las palabras me salían entrecortadas. Luciano y el otro Luciano me estaban doliendo.

Traté de explicar varias veces lo que había sucedido, pero no lograba hilar las palabras y eso me desesperaba aún más, hasta que me di cuenta de que al paco no le importaba nada, porque ni siquiera tomó nota de lo que estaba diciendo.  Me dio rabia, y así fue como comencé a hablar de corrido para contar lo que había sucedido.

“Estábamos en el balcón…”

3

… y en el pequeño espacio que había entre el ventanal y el abrazo fundido entre Luciano y yo, apareció la figura de un hombre de polera verde y pantalón beige, riendo estruendosamente. Interrumpió mi campo visual de la lluvia que caía con más fuerza que antes. Sus brazos pasaron hacia el otro lado de las barandas del balcón y sus manos se aferraron fuertemente a ellas. Abalanzó su cuerpo hacia adelante, como queriendo hacer una más de sus piruetas. Pero salió todo mal.

Su cuerpo rozó el mío mientras volaba sobre la baranda, y de pronto, ya estaba al otro lado, sosteniéndose rígido, flotando en el vacío. El tiempo se detuvo largamente. No pude ver su cara.
Nadie vio que la vida se le fue de las manos mientras las abría despegándose de la baranda por el peso de su propio cuerpo.

2

No pude hacer nada para evitar que el otro Luciano cayera al vacío, porque estaba enredada en el cuerpo de Luciano. No lo vi caer. Todo se me oscureció, mientras sus sueños, su familia en Talca y sus aspiraciones de éxito como hombre de negocios se desvanecían en cada piso que bajaba.

Al otro Luciano se le iba la vida, mientras yo me esforzaba en permanecer en la vida de un Luciano que todavía no sabía qué hacer con la suya.


1

Después del accidente, del caos y de la tortura con los pacos, pude salir de ese edificio. Por última vez caminé tomada de la mano de Luciano, y mientras cruzábamos el umbral de la puerta, vimos llegar a los del Instituto Médico Legal, que venían a buscar el cuerpo del otro Luciano aún incrustado en el pasto del patio del condominio.

Así fue que cumplió su sueño de aparecer en las noticias, pero sólo figuró como un joven talquino que “tras celebrar su egreso de la universidad, cayó de un piso 15 bajo los efectos del acohol…” Nada se supo del joven emprendedor e innovador que se hacía millonario con su empresa pionera en cualquier cosa.


Ese día fue el último día que vi a Luciano y también fue el primer día que comencé a contar los pisos de los edificios hasta llegar al 15.