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Desde
ese día me dedico a contar los pisos de los edificios que veo en la calle, pese
a que en esta ciudad no son pocos. Cuento siempre hasta el piso 15, y desde ahí
comienzo a hacer la cuenta regresiva para intentar calcular cuántos metros hay
desde ahí hasta el suelo. Sin embargo, lo único que pasa por mi mente son las
imágenes de lo que pasó en noviembre de 2007.
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Ese
día amaneció muy frío y nublado. Estábamos en primavera, así que era fácil
imaginarse que algo raro iba a pasar, o que iba a temblar. Pero supongo, que
cada uno de los que estuvimos ese día, dejamos los pensamientos alarmistas
sobre el clima e imaginamos lo bien que lo pasaríamos.
Estábamos
todos entusiasmados y con la idea fija de llegar al parque, prender el fuego y comenzar
a brindar por lo que fuera. No había nada de qué preocuparse, porque la comida
y el copete lo pagaba la facultad.
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Al
parque llegamos casi todos los de la carrera, de las diferentes generaciones.
La música sonaba fuerte, gracias a un generador de energía eléctrica.
Estaba
el tipo con el que salía yo por aquel entonces, una generación más joven y unos
tres años menor que yo. También estaba ese compañero que tenía en un solo ramo
y al que nunca antes había visto hasta ese semestre. Él era de una generación
dos años más antigua que la mía, por eso lo conocía poco, casi nada. Ese día
recibió una gran noticia: había aprobado todos sus exámenes de grado, así que
era cuestión de un par de semanas para terminar el ramo y recibir su cartón de
ingeniero comercial.
Mi
joven amante y mí desconocido compañero tenían el mismo nombre: Luciano.
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La
seudo relación amorosa que sostenía con Luciano no iba a avanzar mucho más,
pero era lo que había y lo pasábamos bien. Ese día, seguramente terminaríamos
yéndonos juntos a la cama, luego de emborracharnos. Si no quedábamos borrachos
en el carrete, entonces nos emborracharíamos en su casa de todos modos.
Respecto
a él, yo sentía que debía tomar una decisión sobre la conveniencia de continuar
en esta inestable dinámica porque ya me estaba involucrando emocionalmente y
quería dar un paso más. Él no estaba ni cerca de eso y ya lo habíamos hablado
un montón de veces.
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En
el parque estaba todo pasando. Una y otra vez alzábamos nuestras latas de
cervezas o vasos plásticos con piscola, para brindar por lo que fuera. También
hicimos un “salud” por los compañeros que habían aprobado sus exámenes de
grado. De todo ese afortunado grupo, el más contento era el otro Luciano.
Me
imagino que para un cabro nacido y criado fuera de Santiago, estudiar ingeniería comercial era como obtener un pase
directo al éxito para transformarse en uno de esos emprendedores innovadores
que aparecen en los reportajes de las noticias. Algo así era el otro
Luciano, un provinciano de esos con una extraña mezcla de humildad y ambición,
un cabro con aspiraciones de éxito para poder salvar a su familia.
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El
otro Luciano era de Talca y viajaba un fin de semana al mes para ver a su mamá
viuda y a su hermana menor. También visitaba a su polola, que además era la
madre de su hijita de 5 años.
Desde
que murió su papá, él asumió como el hombre de la familia y trabajaba mucho
para que nada faltara en su casa. Había estudiado una carrera con la palabra “ingeniería”
para hacerse millonario lo antes posible.
Haberse
venido a estudiar a Santiago era toda una apuesta. Mientras estudiaba, también
trabajaba y enviaba todo lo que ganaba a su madre y a su polola, así que
supongo que la universidad le daba alguna beca y que vivía en la casa de algún
pariente. Por esos años, yo también trabajaba y no era mucho lo que se podía
ganar.
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Todo
iba bien en el parque hasta que las nubes se volvieron más espesas y grises y
cual November Rain, se puso a llover
con furia. Pero estábamos todos prendidos y queríamos seguir carreteando. Una
de mis compañeras dijo: - mi mamá se fue de viaje, estoy sola en el departamento.
Vámonos para allá.-
Desafortunadamente,
varios estuvimos de acuerdo en ir. Otros se fueron a sus casas y se enteraron
de todo al otro día. Gente más, gente menos, éramos unos cuarenta los que
llegamos hasta el piso 15.
8
Habían
pasado algunas horas desde que llegamos al departamento. Comencé a buscar a mi Luciano
porque con la lluvia me había bajado el romanticismo y quería que me abrazara.
Pero desistí, porque ni él ni yo estábamos lo suficientemente borrachos como
para demostrarnos cariño en público. Así que mi romanticismo tendría que
esperar unas cuantas cervezas más para que eso sucediera. No acostumbrábamos a
hacer ese tipo de demostraciones, a pesar de que todo el mundo sabía que
teníamos algo, pero como no era en serio, mientras menos nos vieran juntos,
mejor.
El
otro Luciano en cambio, había llegado bien arriba de la pelota y estaba
haciéndose el gracioso con sus amigos, celebrando su triunfo académico y
haciendo bromas. Nunca me hubiera imaginado
que fuera así. En la U se veía muy piola. Andaba casi siempre con la misma
ropa: una polera verde y un pantalón beige. Nunca lo vi con mochila ni tomar
apuntes. Llegaba a clases cuando la profesora ya había comenzado y entraba a la
sala a sentarse al centro de la última fila de asientos. Jamás opinaba ni
preguntaba nada.
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Yo
ya llevaba una buena cantidad de cervezas en el cuerpo y estaba un poco
mareada. Decidí sentarme en un sillón y desde ahí comencé a mirar a mi Luciano.
Lo vi salir al balcón con un pito en una mano y una cerveza en la otra que
luego dejó a un lado. Apoyó sus antebrazos en las barandas del balcón mientras observaba
la lluvia que caía. En eso se le extraviaba la mirada por varios segundos. Algo
que no pude definir en ese momento lo tenía alterado. Su cuerpo largo, que
tanto me gustaba, estaba tenso. Salí a acompañarlo.
Adentro
del departamento seguía el otro Luciano, que poco a poco comenzaba a parecerse
más a sus compañeros. Ya no lucía como el cabro quitado de bulla, se reía a
carcajadas y de seguro, se estaba sintiendo como la nueva gran promesa del
mundo empresarial. A cada rato llenaba su vaso con piscola, jactándose de que muy
pronto, tomaría sólo whisky de primera.
6
Empezó
a hacer mucho frío, pero a pesar de eso muchos compañeros salieron al balcón.
Luciano,
seguía en la suya. Entre pitos, chelas y piscolas, no lograba mantener muy bien
el equilibrio. Me parecía ver que su cuerpo estaba más afuera que dentro del
balcón. Me asusté. Le pedí que entráramos con la excusa de que hacía mucho frío,
pero no me hizo caso y me tomó de la mano, me llevó hacia su cuerpo y me
envolvió en un abrazo. Se apoyó y quedó de espaldas al vacío, mientras yo
escuchaba latir su corazón.
El
otro Luciano, entraba y salía. Hablaba cada vez más fuerte, haciendo esas
reflexiones absurdas que sólo pueden hacer los borrachos. Comenzó a hacer
piruetas que aumentaban en nivel de dificultad y en intentos frustrados. Luego,
para demostrar que estaba sobrio hizo “el cuatro”, pero le fue pésimo. Ese
examen lo reprobó cada vez que lo intentó.
En
un segundo me pareció escuchar risas, ver un par de manos y oír el ensordecedor
vacío del último de sus silencios.
Me
fui a negro y desde esa profunda oscuridad, escuché un grito desgarrador: - ¡Se
cayó el Luciano! -
5
En
la oscuridad, seguía escuchando gritos, gente corriendo y la dueña de casa
preguntando por su perro. Llamaron a los pacos. No sé cuánto habrán tardado en
llegar, pero para cuando volví a ver, ellos ya invadían el espacio. También habían
aparecido los pololos de algunas de mis compañeras y los papás de otros.
Profesores y gente de la facultad. Todo el mundo estaba ahí, diciéndome que
todo iba a estar bien. Que tenía que calmarme y contar lo que había visto.
4
Los
pacos iniciaron la tortura. Me sacaron del departamento a un pasillo frío,
oscuro y vacío, donde mi voz retumbaba. Otras personas me acompañaban, casi
como una escolta, pero no recuerdo sus caras. No haberle visto el rostro al
caído, me dejó sin ver la cara de los demás por mucho rato. El carabinero,
apoyado flojamente en el muro y sin dejar de mirar su teléfono, me preguntó al
menos cinco veces qué había pasado. Las palabras me salían entrecortadas. Luciano
y el otro Luciano me estaban doliendo.
Traté
de explicar varias veces lo que había sucedido, pero no lograba hilar las
palabras y eso me desesperaba aún más, hasta que me di cuenta de que al paco no
le importaba nada, porque ni siquiera tomó nota de lo que estaba diciendo. Me dio rabia, y así fue como comencé a hablar
de corrido para contar lo que había sucedido.
“Estábamos
en el balcón…”
3
…
y en el pequeño espacio que había entre el ventanal y el abrazo fundido entre
Luciano y yo, apareció la figura de un hombre de polera verde y pantalón beige,
riendo estruendosamente. Interrumpió mi campo visual de la lluvia que caía con
más fuerza que antes. Sus brazos pasaron hacia el otro lado de las barandas del
balcón y sus manos se aferraron fuertemente a ellas. Abalanzó su cuerpo hacia
adelante, como queriendo hacer una más de sus piruetas. Pero salió todo mal.
Su
cuerpo rozó el mío mientras volaba sobre la baranda, y de pronto, ya estaba al
otro lado, sosteniéndose rígido, flotando en el vacío. El tiempo
se detuvo largamente. No pude ver su cara.
Nadie
vio que la vida se le fue de las manos mientras las abría despegándose de la
baranda por el peso de su propio cuerpo.
2
No
pude hacer nada para evitar que el otro Luciano cayera al vacío, porque estaba
enredada en el cuerpo de Luciano. No lo vi caer. Todo se me
oscureció, mientras sus sueños, su familia en Talca y sus aspiraciones de éxito
como hombre de negocios se desvanecían en cada piso que
bajaba.
Al otro Luciano
se le iba la vida, mientras yo me esforzaba en permanecer en la vida de un
Luciano que todavía no sabía qué hacer con la suya.
1
Después
del accidente, del caos y de la tortura con los pacos, pude salir de ese
edificio. Por última vez caminé tomada de la mano de Luciano, y mientras
cruzábamos el umbral de la puerta, vimos llegar a los del Instituto Médico
Legal, que venían a buscar el cuerpo del otro Luciano aún incrustado en el
pasto del patio del condominio.
Así
fue que cumplió su sueño de aparecer en las noticias, pero sólo figuró como un
joven talquino que “tras celebrar su egreso de la universidad, cayó de un piso
15 bajo los efectos del acohol…” Nada se supo del joven emprendedor e innovador
que se hacía millonario con su empresa pionera en cualquier cosa.
Ese
día fue el último día que vi a Luciano y también fue el primer día que comencé
a contar los pisos de los edificios hasta llegar al 15.
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