domingo, 15 de enero de 2017

Caída libre

15

Desde ese día me dedico a contar los pisos de los edificios que veo en la calle, pese a que en esta ciudad no son pocos. Cuento siempre hasta el piso 15, y desde ahí comienzo a hacer la cuenta regresiva para intentar calcular cuántos metros hay desde ahí hasta el suelo. Sin embargo, lo único que pasa por mi mente son las imágenes de lo que pasó en noviembre de 2007.

14

Ese día amaneció muy frío y nublado. Estábamos en primavera, así que era fácil imaginarse que algo raro iba a pasar, o que iba a temblar. Pero supongo, que cada uno de los que estuvimos ese día, dejamos los pensamientos alarmistas sobre el clima e imaginamos lo bien que lo pasaríamos.
Estábamos todos entusiasmados y con la idea fija de llegar al parque, prender el fuego y comenzar a brindar por lo que fuera. No había nada de qué preocuparse, porque la comida y el copete lo pagaba la facultad.

13

Al parque llegamos casi todos los de la carrera, de las diferentes generaciones. La música sonaba fuerte, gracias a un generador de energía eléctrica.

Estaba el tipo con el que salía yo por aquel entonces, una generación más joven y unos tres años menor que yo. También estaba ese compañero que tenía en un solo ramo y al que nunca antes había visto hasta ese semestre. Él era de una generación dos años más antigua que la mía, por eso lo conocía poco, casi nada. Ese día recibió una gran noticia: había aprobado todos sus exámenes de grado, así que era cuestión de un par de semanas para terminar el ramo y recibir su cartón de ingeniero comercial.

Mi joven amante y mí desconocido compañero tenían el mismo nombre: Luciano.

12

La seudo relación amorosa que sostenía con Luciano no iba a avanzar mucho más, pero era lo que había y lo pasábamos bien. Ese día, seguramente terminaríamos yéndonos juntos a la cama, luego de emborracharnos. Si no quedábamos borrachos en el carrete, entonces nos emborracharíamos en su casa de todos modos.

Respecto a él, yo sentía que debía tomar una decisión sobre la conveniencia de continuar en esta inestable dinámica porque ya me estaba involucrando emocionalmente y quería dar un paso más. Él no estaba ni cerca de eso y ya lo habíamos hablado un montón de veces.

11

En el parque estaba todo pasando. Una y otra vez alzábamos nuestras latas de cervezas o vasos plásticos con piscola, para brindar por lo que fuera. También hicimos un “salud” por los compañeros que habían aprobado sus exámenes de grado. De todo ese afortunado grupo, el más contento era el otro Luciano.

Me imagino que para un cabro nacido y criado fuera de Santiago, estudiar  ingeniería comercial era como obtener un pase directo al éxito para transformarse en uno de esos emprendedores innovadores que aparecen en los reportajes de las noticias. Algo así era el otro Luciano, un provinciano de esos con una extraña mezcla de humildad y ambición, un cabro con aspiraciones de éxito para poder salvar a su familia.

10
El otro Luciano era de Talca y viajaba un fin de semana al mes para ver a su mamá viuda y a su hermana menor. También visitaba a su polola, que además era la madre de su hijita de 5 años.
Desde que murió su papá, él asumió como el hombre de la familia y trabajaba mucho para que nada faltara en su casa. Había estudiado una carrera con la palabra “ingeniería” para hacerse millonario lo antes posible.

Haberse venido a estudiar a Santiago era toda una apuesta. Mientras estudiaba, también trabajaba y enviaba todo lo que ganaba a su madre y a su polola, así que supongo que la universidad le daba alguna beca y que vivía en la casa de algún pariente. Por esos años, yo también trabajaba y no era mucho lo que se podía ganar.

9

Todo iba bien en el parque hasta que las nubes se volvieron más espesas y grises y cual November Rain, se puso a llover con furia. Pero estábamos todos prendidos y queríamos seguir carreteando. Una de mis compañeras dijo: - mi mamá se fue de viaje, estoy sola en el departamento. Vámonos para allá.-
Desafortunadamente, varios estuvimos de acuerdo en ir. Otros se fueron a sus casas y se enteraron de todo al otro día. Gente más, gente menos, éramos unos cuarenta los que llegamos hasta el piso 15.

8

Habían pasado algunas horas desde que llegamos al departamento. Comencé a buscar a mi Luciano porque con la lluvia me había bajado el romanticismo y quería que me abrazara. Pero desistí, porque ni él ni yo estábamos lo suficientemente borrachos como para demostrarnos cariño en público. Así que mi romanticismo tendría que esperar unas cuantas cervezas más para que eso sucediera. No acostumbrábamos a hacer ese tipo de demostraciones, a pesar de que todo el mundo sabía que teníamos algo, pero como no era en serio, mientras menos nos vieran juntos, mejor.

El otro Luciano en cambio, había llegado bien arriba de la pelota y estaba haciéndose el gracioso con sus amigos, celebrando su triunfo académico y haciendo bromas.  Nunca me hubiera imaginado que fuera así. En la U se veía muy piola. Andaba casi siempre con la misma ropa: una polera verde y un pantalón beige. Nunca lo vi con mochila ni tomar apuntes. Llegaba a clases cuando la profesora ya había comenzado y entraba a la sala a sentarse al centro de la última fila de asientos. Jamás opinaba ni preguntaba nada.

7

Yo ya llevaba una buena cantidad de cervezas en el cuerpo y estaba un poco mareada. Decidí sentarme en un sillón y desde ahí comencé a mirar a mi Luciano. Lo vi salir al balcón con un pito en una mano y una cerveza en la otra que luego dejó a un lado. Apoyó sus antebrazos en las barandas del balcón mientras observaba la lluvia que caía. En eso se le extraviaba la mirada por varios segundos. Algo que no pude definir en ese momento lo tenía alterado. Su cuerpo largo, que tanto me gustaba, estaba tenso. Salí a acompañarlo.

Adentro del departamento seguía el otro Luciano, que poco a poco comenzaba a parecerse más a sus compañeros. Ya no lucía como el cabro quitado de bulla, se reía a carcajadas y de seguro, se estaba sintiendo como la nueva gran promesa del mundo empresarial. A cada rato llenaba su vaso con piscola, jactándose de que muy pronto, tomaría sólo whisky de primera.

6

Empezó a hacer mucho frío, pero a pesar de eso muchos compañeros salieron al balcón.
Luciano, seguía en la suya. Entre pitos, chelas y piscolas, no lograba mantener muy bien el equilibrio. Me parecía ver que su cuerpo estaba más afuera que dentro del balcón. Me asusté. Le pedí que entráramos con la excusa de que hacía mucho frío, pero no me hizo caso y me tomó de la mano, me llevó hacia su cuerpo y me envolvió en un abrazo. Se apoyó y quedó de espaldas al vacío, mientras yo escuchaba latir su corazón.

El otro Luciano, entraba y salía. Hablaba cada vez más fuerte, haciendo esas reflexiones absurdas que sólo pueden hacer los borrachos. Comenzó a hacer piruetas que aumentaban en nivel de dificultad y en intentos frustrados. Luego, para demostrar que estaba sobrio hizo “el cuatro”, pero le fue pésimo. Ese examen lo reprobó cada vez que lo intentó.

En un segundo me pareció escuchar risas, ver un par de manos y oír el ensordecedor vacío del último de sus silencios.

Me fui a negro y desde esa profunda oscuridad, escuché un grito desgarrador: - ¡Se cayó el Luciano! -

Fue la última vez que lo vi.

5

En la oscuridad, seguía escuchando gritos, gente corriendo y la dueña de casa preguntando por su perro. Llamaron a los pacos. No sé cuánto habrán tardado en llegar, pero para cuando volví a ver, ellos ya invadían el espacio. También habían aparecido los pololos de algunas de mis compañeras y los papás de otros. Profesores y gente de la facultad. Todo el mundo estaba ahí, diciéndome que todo iba a estar bien. Que tenía que calmarme y contar lo que había visto.

4

Los pacos iniciaron la tortura. Me sacaron del departamento a un pasillo frío, oscuro y vacío, donde mi voz retumbaba. Otras personas me acompañaban, casi como una escolta, pero no recuerdo sus caras. No haberle visto el rostro al caído, me dejó sin ver la cara de los demás por mucho rato. El carabinero, apoyado flojamente en el muro y sin dejar de mirar su teléfono, me preguntó al menos cinco veces qué había pasado. Las palabras me salían entrecortadas. Luciano y el otro Luciano me estaban doliendo.

Traté de explicar varias veces lo que había sucedido, pero no lograba hilar las palabras y eso me desesperaba aún más, hasta que me di cuenta de que al paco no le importaba nada, porque ni siquiera tomó nota de lo que estaba diciendo.  Me dio rabia, y así fue como comencé a hablar de corrido para contar lo que había sucedido.

“Estábamos en el balcón…”

3

… y en el pequeño espacio que había entre el ventanal y el abrazo fundido entre Luciano y yo, apareció la figura de un hombre de polera verde y pantalón beige, riendo estruendosamente. Interrumpió mi campo visual de la lluvia que caía con más fuerza que antes. Sus brazos pasaron hacia el otro lado de las barandas del balcón y sus manos se aferraron fuertemente a ellas. Abalanzó su cuerpo hacia adelante, como queriendo hacer una más de sus piruetas. Pero salió todo mal.

Su cuerpo rozó el mío mientras volaba sobre la baranda, y de pronto, ya estaba al otro lado, sosteniéndose rígido, flotando en el vacío. El tiempo se detuvo largamente. No pude ver su cara.
Nadie vio que la vida se le fue de las manos mientras las abría despegándose de la baranda por el peso de su propio cuerpo.

2

No pude hacer nada para evitar que el otro Luciano cayera al vacío, porque estaba enredada en el cuerpo de Luciano. No lo vi caer. Todo se me oscureció, mientras sus sueños, su familia en Talca y sus aspiraciones de éxito como hombre de negocios se desvanecían en cada piso que bajaba.

Al otro Luciano se le iba la vida, mientras yo me esforzaba en permanecer en la vida de un Luciano que todavía no sabía qué hacer con la suya.


1

Después del accidente, del caos y de la tortura con los pacos, pude salir de ese edificio. Por última vez caminé tomada de la mano de Luciano, y mientras cruzábamos el umbral de la puerta, vimos llegar a los del Instituto Médico Legal, que venían a buscar el cuerpo del otro Luciano aún incrustado en el pasto del patio del condominio.

Así fue que cumplió su sueño de aparecer en las noticias, pero sólo figuró como un joven talquino que “tras celebrar su egreso de la universidad, cayó de un piso 15 bajo los efectos del acohol…” Nada se supo del joven emprendedor e innovador que se hacía millonario con su empresa pionera en cualquier cosa.


Ese día fue el último día que vi a Luciano y también fue el primer día que comencé a contar los pisos de los edificios hasta llegar al 15.

No hay comentarios:

Publicar un comentario